sábado, 16 de febrero de 2008

Ninna Sofía. Retrato de una niña voraz





Tal como conviniera con madonna Creta, messere Girolamo llegó al burdel a la hora de la cita. Lo hizo con la anticipación justa para tomarse el tiempo que demanda entrar al burdel sin ser visto por nadie. Había esperado que pasaran unos viandantes, y tuvo que demorarse en la puerta de una tienda hasta que dos mujeres terminaran de una vez el coloquio que habían entablado a pocos pasos de la entrada del burdel. Cuando las dos mujeres se despidieron, esperó a que se alejaran lo suficiente, se acomodó el sombrero de tal modo que el ala le cubriera la cara y, finalmente, con paso ligero, llegó hasta el pequeño atrio de la casa.

Con un gesto involuntariamente despectivo, messere Girolamo di Benedetto rechazó la copa de vino que le había ofrecido madonna Creta. Quería empezar el trámite cuanto antes. Su decrépito corazón latía ahora con una súbita fuerza juvenil. Oportunidades así no se presentaban todos los días. Su amor por los niños le había acarreado más de un dolor de cabeza; en dos ocasiones lo acusaron públicamente de abuso de infantes y, pese a que, felizmente, pudo disuadir a los denunciantes de avanzar hasta los tribunales mediante suculentas "atenciones", mucho se decía en Venecia acerca de los gustos de messere Girolamo. En cambio, madonna Creta era una garantía de silencio. Su negocio era, precisamente, la discreción. Por ese mismo motivo, casi no sintió ninguna pena cuando terminó de pagarle los veinte ducados que habían convenido.

Madonna Creta lo condujo hasta la alcoba que había preparado para la ocasión. De pie junto al vano de la puerta, la anfítriona invitó a messere Girolamo di Benedetto a pasar y, antes de dejarlo a solas con la pequeña, le dijo amablemente:

—Disfrutad, pero cuidaos de lastimarla.

Cuando messere Girolamo di Benedetto vio a la pequeña Ninna, sus ojos se iluminaron. Era un verdadero sueño verla recostada sobre el vientre y completamente desnuda. Lo primero que hizo messere fue darle unas suaves palmaditas en las nalgas y pasarle sus dedos decrépitos y sarmentosos por sus muslos rollizos. Dejó caer un hilo de saliva espeso por la pequeña espalda y lo esparció con la palma de su mano. Ninna no mostraba ninguna resistencia y hasta le sonrió tiernamente cuando el anciano, completamente extasiado, la sentó sobre su falda. Hacía muchos años que a messere Girolamo di Benedetto no se le erguía la verga, y, ni bien notó aquel añorado acontecimiento, se dijo que la pequeña Ninna era un verdadero milagro. Cierto que no fue una de aquellas erecciones de las que podía exhibir orgulloso durante la juventud, pero, desde luego, esto era mejor que nada. Tomó a la pequeña por debajo de las axilas, la levantó en vilo y posó las diminutas nalgas de Ninna sobre su verga, que formaba un modesto promontorio en el lucco de lana que aún llevaba puesto. Hacía mucho tiempo que no se excitaba tanto. Ninna, cuando descubrió la protuberancia sobre la cual estaba sentada, se refregó como lo haría un gato, cosa que enardeció todavía más al anciano que, impaciente, se levantó el lucco por encima del vientre y, tomando su verga entre las manos, la exhibió frente a los ojos de la niña. Ninna examinó aquella cosa morada que el viejo esgrimía e inmediatamente estiró su mano hacia ella. Tan pequeña era la mano de Ninna que ni siquiera pudo abarcar la mitad del diámetro del glande.





—¿No vas a darle un beso a mi amigo? —le dijo el anciano a Ninna que, al parecer, encontró divertida la forma en que "su" cliente había nombrado aquella cosa, ya que la vio esbozar una sonrisa que al viejo le pareció francamente lasciva. Esa era la palabra: "lascivia"; nunca antes había visto semejante disposición lujuriosa en una niña. Y, en rigor, si un intruso hubiese estado presenciando la escena, sin duda habría pensado que la pequeña Ninna estaba practicando la "corrupción de ancianos".






Tal como se lo pidiera messere Girolamo di Benedetto, Ninna acercó su boca al miembro de su cliente —que estaba, ahora sí, duro y completamente erecto, más de lo que jamás había estado, inclusive más de lo que podía estarlo en los días de juventud— y lo besó con los labios, tal como su nodriza Oliva le había enseñado a besar las mejillas de Donna Sidonna, acto al que, por otra parte, siempre se había negado. Tal como lo hiciera una mujer adulta, Ninna cerró los ojos y pasó sus labios alrededor del glande. El viejo tenía los ojos en blanco y temblaba como una hoja. Como si en vez de haberse criado con leche de pecho, se hubiera alimentado siempre con leche de verga —nadie le había enseñado el arte de la fellatio—, Ninna abrió la boca cuanto le permitieron las comisuras de los labios y se engulló el glande entero. El viejo no podía creer lo que veía.

—Pequeña puta —susurraba—, pequeña hija de siete castas de putas.

Y cuanto más hablaba, la pequeña lo miraba a los ojos a través de los suyos, verdes y repletos de largas pestañas, y tanto más adentro de la boca se lo metía. Entonces Ninna pudo sentir una convulsión en el tronco de aquello que se estaba engullendo. En ese preciso momento, mordió con toda la fuerza de su mandíbula, hundió los dientes hasta las encías y se dejó caer con fuerza desde la cama hasta el suelo. Ninna quedó unos instantes suspendida en el aire, colgada por la boca de la verga del anciano, hasta que, finalmente cayó al piso. Messere Girolamo di Benedetto no comprendio, hasta que vio la cascada de sangre que manaba del tronco de la verga. Sólo entonces vio, como si se tratara de una alucinación, que el glande ya no estaba ahí. La pequeña miró al viejo con una sonrisa angelical mientras masticaba el trozo de carne, y sus ojos describieron una parábola mientras lo veía caer de espaldas al suelo. Las piernas —tiesas como la cuerda de un laúd— formaron una V por encima de la cama, cosa que a Ninna le resultó sumamente graciosa.

Cuando hubo pasado el tiempo establecido, madonna Creta entornó la hoja de la puerta y, todavía del otro lado, mumuró:

—El tiempo se acabó, messere; espero que no hayáis lastimado a la pequeña.
Madonna Creta tropezó con el cadáver de su cliente y antes de que pudiera sostenerse de alguna cosa, resbaló con la sangre que cubría el piso de la alcoba y cayó junto al muerto. Ninna, sentada en un ángulo del cuarto, todavía masticaba su bocado y se la veía feliz con su temprano trabajo. Sonrió a madonna Creta como si así le dijera: "¿Estás conforme, es así como debo ganarme la comida?".

Aquel mismo día, Ninna Sofía fue a dar con la horma de su zapato.







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1 comentarios:

Blogger Unknown ha dicho...

me encantó quepublicaras ese fragmento del libro, es muy bueno

saludos

1 de septiembre de 2008, 15:12  

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